Programar horas en el trabajo para “pensar” es una idea mal pensada
Lucy Kellaway
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Lucy Kellaway
¿Cuánto tiempo deberían dedicar los administradores a pensar? Tim Armstrong cree que la respuesta correcta es 10%, y ha dado órdenes a todos sus empleados en AOL para que pasen una décima parte de su semana laboral ejercitando la materia gris.
Recientemente le envié un correo electrónico a la empresa para ver si podía averiguar algo más sobre esta peculiar política. Recibí una corta respuesta diciendo que 10% de tiempo para pensar era algo en lo que "Tim cree y nos pide que hagamos", aunque no es obligatorio.
Sin poder obtener más datos, me pregunto si la iniciativa de Armstrong es una de las más inteligentes o más insensatas que haya surgido de EEUU corporativo en 2014.
Edward Hallowell, experto en trastorno por déficit atencional (cuyo libro Driven to Distraction at Work reseñé recientemente), la considera un golpe de genialidad. Él cree que todos estamos tan agotados y distraídos que hemos dejado de pensar del todo. Si se pudiera incentivar a los administradores para que vaciaran el archivo de sus mentes por unas horas a la semana y se dedicaran un poco a pensar con claridad, eso sería algo formidable.
Pero a mí, esta política me parece más bien execrable. Si se considera tan deseable pasar 10% del tiempo pensando, eso significa admitir que es perfectamente aceptable pasar 90% del día sin pensar. Y esto no suena nada bien.
Soy una fanática de pensar. En efecto, soy tan fanática que no veo razón por la cual todo el mundo no debería pasar 100% del día laboral con el cerebro más o menos "encendido". O, si esto es un poco ambicioso, entonces por lo menos 90%, con el resto dedicado a actividades como llenar los formularios enviados por el departamento de recursos humanos, que no requieren el menor compromiso activo de la mente.
No quiero decir que durante 90% del tiempo que pasamos en la oficina deberíamos esforzarnos por lograr grandes pensamientos, ya que la mayoría de nosotros no tenemos los medios para lograr tal cosa, y una empresa sólo puede sostener una pequeña cantidad de grandes pensamientos. Lo único que digo es que deberíamos pasar nuestros días laborales relativamente despiertos, listos para lo que venga.
Si todo el mundo se subscribiera a mi ambiciosa meta de un 90% de tiempo de pensamiento, la vida de oficina cambiaría y sería mejor –y mucho más productiva– de la noche a la mañana. Todo tipo de actividades inútiles que no requieren ningún pensamiento tendrían que ser eliminadas. Para empezar, casi todas las reuniones tendrían que desaparecer. La razón por la cual personas perfectamente inteligentes sienten la necesidad de enfrascarse en juegos ilícitos de Candy Crush durante las reuniones se debe sólo en parte a que estos juegos son adictivos. La razón más preocupante es que las reuniones no son suficientemente interesantes. En vez de animarnos a pensar, lo prohíben.
Pero a pesar de que acabo de sugerir una política de 90% de tiempo para pensar, no estoy totalmente a favor de ello, porque no le veo sentido alguno a establecer metas para pensar. Delinear tiempos dedicados al pensamiento simplemente no es como funciona mi cerebro, ni tampoco como funciona ninguna oficina donde yo haya estado.
Si me siento a pensar una hora al día no dudo que en cuestión de segundos mi mente se habrá desplazado hacia preocuparme por lo que hice con los recibos de los regalos que compré para Navidad en un pánico de última hora y que ahora me doy cuenta son tan inadecuados que seguramente serán devueltos. En vez de eso, los pensamientos que verdaderamente importan me llegan cuando estoy haciendo otra cosa, como hablando con alguien, andando en mi bicicleta, o hasta –a veces– leyendo mis correos electrónicos. La única vez que no me llegan es cuando estoy ahí sentada, haciendo girar los pulgares, esperando a que lleguen.
El último problema con la política de "tiempo para pensar" es que asume que los frutos del pensamiento dedicado van a ser positivos. En el mundo corporativo, la mayoría de los "pensamientos" que se les ocurren a las personas no sirven para nada. La prueba de esto llega a mi bandeja de entrada en el trabajo por lo menos una vez cada hora. La evidencia más reciente traía el título "Haga que su Navidad sea especial..." –un comienzo aceptable e inofensivo– hasta que continuó "...con un descuento de 30% en un curso del Project Management Institute".
Para la mayoría de las personas la idea de hacer que la Navidad sea especial incluye cosas como patinar sobre hielo en lagos congelados y botellas de champán bien frías. No incluye la oferta de un descuento de 30% para un curso de administración que conduce a un certificado en gestión de proyectos.
¿Entonces, cuál es la respuesta a esta estupidez? La solución de Armstrong es darle a la persona responsable por una idea tan tonta un poco más de tiempo para reflexionar. Quizás eso hubiera ayudado, pero no puedo resistir la idea de que una mejor respuesta hubiera sido quitarle a esa persona la responsabilidad de pensar en nuevas ofertas especiales y dársela a alguien que tenga una mayor aptitud para pensar.